A lo largo de medio centenar de soleares más una, la que incluye el prólogo, Vicente Araguas despliega su concepto epigramático sobre una infinidad de sentimientos. El de soledad, el primero. Pero acompañado de un humor intransferible, que se hace ironía (elegante por definición) para no incurrir en el sarcasmo. No solo eso, en este conjunto de estrofas mínimas, tres versos octosilábicos, con rima consonante en los impares, dejando que el par vaya por libre, hay también reflexión metaliteraria, erotismo, amor correspondido o correspondiente… Un libro de soleares que es una fiesta y una invitación al juego. Juego de espejos, sin duda, pero juego for sake of art, que así es –o debiera ser– la vida.
Vicente Araguas nació en Neda (Coruña), un domingo, 24 de setiembre, al mediodía. «Nunca quise molestar», aclara, y añade: «y como titulé uno de mis libros gallegos, Ás veces en domingo abonda coa tenrura; también por eso». Doctor en Filología Inglesa, ha dedicado gran parte de su vida a la docencia, últimamente de Poesía, en el Colegio Logos, de Las Rozas (Madrid). Su vida, larga y muy vivida —nació en 1950—, transcurre ahora entre Majadahonda, Neda y Olomouc (Moravia). Siendo este último lugar causa y razón de alguno de sus títulos poéticos más recientes, por ejemplo, Variaciones Goldstein, debutante en este volumen. Poeta en ejercicio, Araguas se desenvuelve también como narrador, articulista, Diario de Ferrol, Majadahonda Magazin, crítico literario, Leer, El Urogallo, Revista de Libros, Nordesía, La Región, conferenciante, ensayista. En este último territorio publicó en Pigmalión un estudio sobre la poesía dylaniana, su tesis doctoral, El mundo poético de Bob Dylan. Vicente Araguas es, en esencia, alguien que ha hecho de la búsqueda de la belleza el motivo central de su devenir, literario, artístico y humano. Traducido al portugués, italiano y checo, autor bilingüe, en gallego y español, ha botado recientemente dos libros gemelos: Que voy de vuelo y Ronsel de prata vella, inspirados en la misma «alma vieja», que todo —asegura, y como cantaban Four Tops—, It’s The Same Old Song.
En este libro, a lo largo de medio centenar de soleares más una, la que incluye el prólogo, Vicente Araguas despliega su concepto epigramático sobre una infinidad de sentimientos. El de soledad, y no podía ser de otra manera, el primero. Pero un sentimiento de orfandad que, evitando el pleonasmo, no viaja solo, sino acompañado de un humor intransferible, que se hace ironía (elegante por definición) para no incurrir en el sarcasmo. No solo eso, en este conjunto de estrofas mínimas, tres versos octosilábicos, con rima consonante en los impares, dejando que el par vaya por libre, hay también reflexión metaliteraria (Pessoa, aquel gran solitario, sombra de sombras), erotismo, amor correspondido o correspondiente y toda una variación de bebidas largas (en vaso corto, eso sí, valga el oxímoron). Que tanto que vale en un libro contradictorio, de soledades acompañadas, de retruécanos, de cobras que cobran y se recobran. Un libro de soleares que es una fiesta. Y ahí es donde Vicente Araguas, poeta del Norte que mira hacia el Sur (pero sin perder jamás el Norte), se explaya y expande. Festero como es la soleá, en un libro que no deja de ser una invitación al juego. Juego de espejos, sin duda, pero juego for sake of art, que así es –o debiera ser– la vida.
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