El corazón de los días

La muerte de una persona amada abre una herida que nunca se cierra, que sólo alivia su dolor con las cicatrices parciales que proporciona esa medicina imperfecta que es el tiempo. Cuando fallece alguien a quien queremos se lleva con él una parte de nosotros que jamás retornará. Su adiós nos impide volver a ser los mismos, y así nos desnaturalizamos, sucesivamente, sometidos a esa condición que hace del hombre un árbol que va perdiendo hojas y ramas, un mar que va ahogando sus olas en el silencio de la arena.

Tiendo a pensar que hay otra vida, que de algún modo se relacionará con los merecimientos contraídos en ésta, que será eterna y mejor; en caso contrario, el mundo resultaría demasiado injusto. Mientras llega hemos de valorar los días de que disponemos en este periodo transitorio, unir la nostalgia por quienes ya no están y nuestras actuaciones cotidianas por el camino natural de la coherencia. Hemos, también, de tejer con las palabras esa corporeidad que se nos niega.

Francisco Lambea Bornay