Memorial de amor

Tres son los momentos de Memorial de Amor, y en los tres José Akalá-Zamora nos regala con su espléndido arte; asombra ver y oír cómo ha logrado tomar las medidas de ese “perpetuo y pequeño espacio” que encierra el soneto, en palabras de Fernando de Herrera. Se instala en él y lo abre al infinito; desde la primera palabra, el curso del río feliz o atormentado conduce con un ritmo siempre armonioso, mansamente “sigue su natural curso seguido”, o con el dolor, “rompe con fuerza y pasa con ruido”. Abre las ventanas para que se vea su bosque interior de flechas y guadañas, esa enfermedad con la que un dios, que no guarda el decoro de su condición, enciende las venas y consume las “medulas” de los huesos. Pero no oculto tampoco los momentos de gozo intenso, los que forman ese pasado que lleva irremediablemente a sentir el agudísimo puñal de la pérdida. Todo ello sucede alrededor del sol, de la dama angelicata,de la belledame saris merci, pequeño cielo, pero también mujer de carne y verso, que se alza como huella pan mpre impresa en la arena del tiempo que vive el yo poético.

Rosa Navarro Durán