El Libro II del Palmerín de Inglaterra fue publicado en la imprenta toledana de los herederos de Fernando de Santa Catalina el 16 de julio de 1548, casi un año después de que saliera a la luz el Libro I, también en Toledo y por los mismos responsables. Ambos libros salieron de forma anónima, omitiendo el nombre del verdadero autor, el portugués Francisco de Moraes, cuya Crónica do famoso e muito esforçado cavaleiro Palmeirim de Inglaterra apareció a principios de la década de 1540 sin autor declarado. Este hecho dio pie a que la crítica atribuyera el texto a Miguel Ferrer o Luis Hurtado de Toledo, cuyos nombres aparecen en la versión castellana, aunque hoy día el primero no deja de ser el traductor –malo– y autor de los prólogos de ambas partes, mientras que el segundo solo sería el autor intelectual de los versos acrósticos situados al frente del Libro I.
El Libro II del Palmerín de Inglaterra fue publicado en la imprenta toledana de los herederos de Fernando de Santa Catalina el 16 de julio de 1548, casi un año después de que saliera a la luz el Libro I, también en Toledo y por los mismos responsables. Ambos libros salieron de forma anónima, omitiendo el nombre del verdadero autor, el portugués Francisco de Moraes, cuya Crónica do famoso e muito esforçado cavaleiro Palmeirim de Inglaterra apareció a principios de la década de 1540 sin autor declarado. Este hecho dio pie a que la crítica atribuyera el texto a Miguel Ferrer o Luis Hurtado de Toledo, cuyos nombres aparecen en la versión castellana, aunque hoy día el primero no deja de ser el traductor –malo– y autor de los prólogos de ambas partes, mientras que el segundo solo sería el autor intelectual de los versos acrósticos situados al frente del Libro I.
Salvado de arder en la hoguera en el famoso escrutinio de la biblioteca de Alonso Quijano, el Palmerín de Inglaterra, que surge influenciado por la idea de Cruzada cristiana contra el turco, recoge algunas de las aventuras más memorables del género caballeresco, entre las que cabe destacar la del Castillo de Miraguarda, defendido por el gigante Almaurol, o la de las Cuatro Damas Francesas, en la que es posible que se esconda cierto trasfondo biográfico por parte del propio escritor portugués.
La elegancia de su prosa, el detalle a la hora de describir trajes y personajes, la naturalidad de los diálogos y la magnífica representación de las figuras femeninas convierten a esta obra en una de las más importantes de los libros de caballerías del siglo XVI.
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