Pocos meses después de la aparición del Libro del famoso cavallero Palmerín de Olivia (Salamanca, 22 de diciembre de 1511), se publica en las mismas prensas salmantinas, posiblemente las de Juan de Porras, su continuación: el Libro segundo del emperador Palmerín (Salamanca, 3 de julio de 1512), también identificado en el prólogo y en el colofón como Primaleón, título por el que ya en la época y en la actualidad se le conoce y se cita. La autoría de ambas obras es incierta y, de creer la información recogida en el colofón del Primaleón, fueron los dos traducidos del griego al castellano por un vecino de Ciudad Rodrigo llamado Francisco Vázquez, miembro de una reconocida familia mirobrigense pero, hasta la fecha, sin ninguna vinculación documental con las obras. Las coplas finales que adornan esta primera edición primaleoniana, al estilo de las compuestas por Alonso de Proaza para cerrar La Celestina y Las sergas de Esplandián, hablan, sin embargo, de una autoría femenina “por mano de dueña prudente labrado”, repitiendo la idea que ya se había expuesto en los versos latinos finales de Palmerín de Olivia firmados por el bachiller Augur de Trasmiera, donde se atribuye a una “femina docta”.
Pocos meses después de la aparición del Libro del famoso cavallero Palmerín de Olivia (Salamanca, 22 de diciembre de 1511), se publica en las mismas prensas salmantinas, posiblemente las de Juan de Porras, su continuación: el Libro segundo del emperador Palmerín (Salamanca, 3 de julio de 1512), también identificado en el prólogo y en el colofón como Primaleón, título por el que ya en la época y en la actualidad se le conoce y se cita. La autoría de ambas obras es incierta y, de creer la información recogida en el colofón del Primaleón, fueron los dos traducidos del griego al castellano por un vecino de Ciudad Rodrigo llamado Francisco Vázquez, miembro de una reconocida familia mirobrigense pero, hasta la fecha, sin ninguna vinculación documental con las obras. Las coplas finales que adornan esta primera edición primaleoniana, al estilo de las compuestas por Alonso de Proaza para cerrar La Celestina y Las sergas de Esplandián, hablan, sin embargo, de una autoría femenina “por mano de dueña prudente labrado”, repitiendo la idea que ya se había expuesto en los versos latinos finales de Palmerín de Olivia firmados por el bachiller Augur de Trasmiera, donde se atribuye a una “femina docta”.
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