Pedro Víllora(La Roda de Albacete, 1968), profesor de la Real Escuela Superior de Arte Dramático, es autor de Bésame macho, La misma historia, Lear/Cordelia o las cosas persas, Amado mío o la emoción artificial, Electra en Oma, El juglar del Cid, Asma de copla, Calipso y los hombres, Lana, Poderosas, Barrio de las Letras, Auto de los inocentes y Ofelia, entre otras obras.
También ha escrito narrativa (Por el amor de Ladis), ensayo (Juegos de cine), y las memorias de Sara Montiel (Vivir es un placer), Imperio Argentina (Malena Clara) y María Luisa Merlo (Más allá del teatro).
Ha recibido numerosos premios (Calderón, Beckett, Rojas Zorrilla, Francisco Nieva, Tomás Navarro Tomás, Alfred de Musset, El Espectáculo Teatral, BroadwayWorld...), incluyendo el Sial de poesía por Aprendizaje de la mezquindad y la Medalla al Mérito Cultural de Castilla-La Mancha.
Aprendizaje de la mezquindad es un libro compuesto por dos libros: «Los poemas del niño» y «Los poemas del hombre». El autor ha querido unirlos y no se da cuenta —o sí— de que lo hace por su pura lucha interna. Mientras la primera parte está formada esencialmente por quince sonetos en verso blanco, en la segunda cada poema es distinto, diferente. Si, al principio, asistimos a unas imágenes de niños perseguidos luchando contra un mundo hostil del que quieren huir para, en el fondo, no poder escapar de ese círculo desmoralizador y agresivo, en «Los poemas del hombre» los adultos no son —como los niños— parecidos, sino variados. Pero con la perfidia germinada. De ahí la diferencia versificadora, de ahí la correlación entre la mezquindad de los muchachos y la maldad de la madurez. Y todo en un póemario que rezuma un punto de tristeza y de desdicha.
Libro de búsqueda de la palabra, de contención premeditada, no puede negar que su autor es un hombre de teatro. Un hombre que lucha, goza, sufre, ama y padece con un dolorido sentir que es el que le marca. Por debajo de todas las facetas del cristal de sus fantasías, de todas las máscaras de la tragicomedia de la vida, está el Pedro Víllora que quiere seguir siendo niño, a pesar de todo. Un Pedro Víllora al que le duelen la soledad y la amargura, que en sus textos rememora infancias no felices y que en realidad se encuentra con el vacío del agua entre los dedos. Por eso escribe apasionada y tenazmente. Con fervores de enamorado: para no sentirse solo.
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