Entre los libros de caballerías se singulariza por numerosos motivos el texto de Esteban Corbera, que escogió para su aportación al género el ampuloso título de Dechado y remate de grandes hazañas, si bien se conoce más con el nombre de Febo el troyano. La obra salió a la luz en Barcelona en 1576 de las prensas de Pedro Malo, quien se arriesgó a sacar al mercado –en esos años de crisis para la imprenta española– un libro de caballerías. Quizá ese extraño momento comercial en que apareció la obra unido a la juventud de su autor cuando la compuso expliquen su principal peculiaridad: su carácter de centón o pastiche. Si Corbera inicia su texto con claras referencias a otras obras (Espejo de príncipes y caballeros, de Ortúñez de Calahorra; Belianís de Grecia, de Jerónimo Fernández; Olivante de Laura, de Antonio de Torquemada, o la Tercera parte de Florisel de Niquea, de Feliciano de Silva), a medida que vamos avanzando en sus páginas la imitación va convirtiéndose en plagio descarado, de forma que llega a insertar capítulos enteros tomándose sólo la molestia de cambiar el nombre de los protagonistas. Quizá haya que esperar a Jerónimo de Texeda y su Tercera Diana (1627) para encontrar un caso tan evidente de expolio literario.
Entre los libros de caballerías se singulariza por numerosos motivos el texto de Esteban Corbera, que escogió para su aportación al género el ampuloso título de Dechado y remate de grandes hazañas, si bien se conoce más con el nombre de Febo el troyano. La obra salió a la luz en Barcelona en 1576 de las prensas de Pedro Malo, quien se arriesgó a sacar al mercado –en esos años de crisis para la imprenta española– un libro de caballerías. Quizá ese extraño momento comercial en que apareció la obra unido a la juventud de su autor cuando la compuso expliquen su principal peculiaridad: su carácter de centón o pastiche. Si Corbera inicia su texto con claras referencias a otras obras (Espejo de príncipes y caballeros, de Ortúñez de Calahorra; Belianís de Grecia, de Jerónimo Fernández; Olivante de Laura, de Antonio de Torquemada, o la Tercera parte de Florisel de Niquea, de Feliciano de Silva), a medida que vamos avanzando en sus páginas la imitación va convirtiéndose en plagio descarado, de forma que llega a insertar capítulos enteros tomándose sólo la molestia de cambiar el nombre de los protagonistas. Quizá haya que esperar a Jerónimo de Texeda y su Tercera Diana (1627) para encontrar un caso tan evidente de expolio literario.
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