Este divertimento lingüístico-literario acerca de la fortuna de una de las más denostadas palabras de nuestra lengua, carajo, tiene por objeto entretener y, si fuera posible, enseñar. Sin olvidar la defensa de la libertad y la particular lucha del autor contra el tan español vicio de prohibir. Desfacedor de entuertos, moderno Don Quijote literario, José Esteban intenta defender la españolidad de una palabra denostada tan injustamente por la pacatería de una institución. Para ello, ha buceado en curiosos textos literarios de muy castiza tradición, para autorizar y defender aquellas voces tenidas como malsonantes y de curso «ilegal», pero que el pueblo llano emplea con toda normalidad y que también los grandes escritores llevan, autorizándolas, a sus páginas.
José Esteban (Sigüenza, Guadalajara) ha venido repartiendo su vocación literaria entre la edición, la investigación, la crítica literaria y la novela. Responsable y asesor de un sinfín de ediciones, sobre todo de bohemios y finiseculares. Es autor de Vituperio (y algún elogio) de la errata (2002), Las mil y una palabras de casa de putas (2005) y Refranero anticlerical, antecedentes de este ¡Viva el carajo!
Aún inéditos, Préstamos de la agricultura al lenguaje erótico y El porqué de algunos dichos populares y algo en desuso, entresacados de nuestros más castizos textos.
El Grupo Editorial Sial Pigmalión ha publicado José Esteban…, naturalmente, obra de Carlos Manuel Sánchez, en la que, entre otras muchas cosas, se exponen las últimas razones de su vocación y se recoge parte de su obra poética inédita.
Este divertimento lingüístico-literario acerca de la fortuna de una de las más denostadas palabras de nuestra lengua, carajo, tiene por objeto (si es que tiene algún objeto) entretener y, si fuera posible, enseñar. No hay que negar también la defensa de la libertad, y mi particular lucha contra el tan español vicio de prohibir.
Desfacedor de entuertos, moderno don Quijote literario, intento defender la españolidad de una palabra denostada tan injustamente por la pacatería de una institución. Por ello, he buceado en curiosos textos literarios de muy castiza tradición, para autorizar y defender aquellas voces tenidas como malsonantes y de curso «ilegal», pero que el pueblo llano emplea con toda normalidad y que también los grandes escritores llevan, autorizándolas, a sus páginas.
Podría achacárseme torear a toro pasado, pues que la palabra que vitoreamos, después de siglos, llegó a formar parte de nuestro máximo diccionario. Pero existe una justicia histórica y los errores -judiciales y lingüísticos- viven eternamente.
En fin, defendiendo al españolísimo carajo, queremos defender a otras muchas palabras condenadas y que en buena teoría del lenguaje, debieran haber sido acreedoras a más risueña suerte de la que corrieron.
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