Discurso sobre el estado presente de las costumbres de los italianos
Introducido y traducido por Cristina Coriasso Martín-Posadillo, acompañado por un incisivo ensayo de Mario Andrea Rigoni –uno de los más profundos conocedores del pensamiento de Leopardi– y por un epílogo de Vincenzo Guarracino –que expone sin tapujos la actualidad de este texto–, presentamos el Discurso sobre el estado presente de las costumbre de los italianos, un importante ensayo histórico político que refleja la particular filosofía de la historia y concepción de Europa y sus naciones de este poeta y pensador del siglo XIX, bajo una clarividencia profética incuestionable.
Giacomo Leopardi nace en Recanati, en la región de la Italia central llamada Marche, el 29 de junio de 1789 en una familia de antigua nobleza. Tras una infancia y una adolescencia inmersas en el estudio que le proporciona una vástisima cultura pero que sin embargo le compromete irreparablemente la salud, comienza muy pronto a sentir la angostura de los muros domésticos y desea conocer lugares y personajes en condiciones de ofrecerle los estímulos necesarios para satisfacer su sed de conocimiento y de creatividad.
Tras un primer viaje a Roma en 1822, vuelve a Recanati y en veces sucesivas va a Bolonia, Milán, Florencia y Pisa, antes de volver desilusionado de nuevo a Recanati en 1828, donde se queda hasta que tiene la oportunidad de volver a Florencia en 1830. Aquí encuentra dos personas que serán decisivas para él en los años sucesivos: la bellísima Fanny Targioni Tozzetti y el joven exiliado Antonio Ranieri. Por la primera se sentirá atraído con una fuerte y desdichada pasión y la cantará en sus versos con el nombre de Aspasia. El segundo, al que se ligará con una profunda amistad, se convertirá en el compañero inseparable de sus últimos años. Con él se trasferirá a Nápoles el otoño del 33 con la esperanza de encontrar allí algún beneficio para su salud. Tras un primer momento de bienestar, sus condiciones se irán progresivamente precarizando hasta que, durante la epidemia de cólera que golpea la ciudad partenopea, morirá el 14 de junio de 1837.
Su obra: La poesía se publica en Florencia en el 31 la primera edición orgánica de los Cantos y en el 35 en Nápoles la segunda. La prosa se publica una primera edición de los Opúsculos morales en Florencia en el 27 y posteriormente en Nápoles, en el 36, una edición de la misma obra que es bloqueada por la censura borbónica. Sus otras obras, sobre todo el Zibaldone y los Pensamientos, son publicadas mucho más tarde, después incluso de su muerte.
Introducido y traducido por Cristina Coriasso Martín-Posadillo, acompañado por un incisivo ensayo de Mario Andrea Rigoni –uno de los más profundos conocedores del pensamiento de Leopardi– y por un epílogo de Vincenzo Guarracino –que expone sin tapujos la actualidad de este texto–, presentamos el Discurso sobre el estado presente de las costumbre de los italianos, un importante ensayo histórico político que refleja la particular filosofía de la historia y concepción de Europa y sus naciones de este poeta y pensador del siglo XIX, bajo una clarividencia profética incuestionable.
Cristina Coriasso Martín-Posadillo
La paradoja alrededor de la cual Leopardi no ha cejado de esforzarse es la de que el desarrollo de la consciencia, del saber, de la razón, de la ciencia y de la civilización ha disipado todas aquellas ilusiones (el bien, la justicia, el amor, la gloria, la patria, etc.) de las que los individuos como la sociedad y los pueblos necesitan para vivir, actuar, expandirse o simplemente para existir. Cada paso hacia el conocimiento y la experiencia es un paso hacia la vacuidad y la parálisis, puesto que el descubrimiento de la verdad no es otra cosa que el descubrimiento de la nada. […] De qué manera las modernas sociedades civilizadas pueden sobrevivir en el vacío apabullante de todos los fundamentos: ésta es la pregunta capital que Leopardi se hace al comienzo del Discurso. Precisamente en este plano, por otra parte, Italia representa un caso particular, un caso aparte.
Mario Andrea Rigoni
Más allá del «estrago de las ilusiones», más allá de la empalidecida mueca de Bruto en la agonía, –un «reir» que trata de exhorcizar las ruinas y la «infinita vanidad de todo»–, Leopardi se prodiga a nosotros, «elevada su frente» y “resistiéndose al fátum» guiado por el presagio de una nueva conciencia y exigencia ética y sentimental.
Vincenzo Guarracino
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