Juan Cano Pereira nació en Bélmez de la Moraleda, en la comarca jienense de Sierra Mágina, en el año 1965, aunque lleva veintinueve años viviendo en Madrid. Su primera incursión en la literatura fue a los dieciséis años, con la publicación de sus primeros relatos en el libro Escritos de la anteguerra (edición no venal, 1983). Ha participado en los libros colectivos Sierra Mágina: territorio literario (Editorial Sial Pigmalión, 2017), Esencia de olivo (2019), Antología de relatos en femenino (2020) y Madrid: territorio literario (Editorial Sial Pigmalión, 2021). En mayo de 2020, publicó también con Sial Pigmalión Los niños de las caras, su primera novela. Así mismo, escribe con regularidad una columna de opinión en el periódico Ideal Sierra Mágina, además de publicar para las redes en los blogs de su autoría elalmecino.blogspot.com y juancanopereira.com.
Todo el mundo ha oído hablar de la asombrosa historia de «las caras de Bélmez»: unas escalofriantes figuras aparecidas durante las postrimerías del franquismo en la cocina de una humilde vivienda de Bélmez de la Moraleda, un pequeño pueblo de la comarca de Sierra Mágina, en la provincia de Jaén.
Lo que a simple vista nos pudiera parecer un libro más acerca del considerado fenómeno parapsicológico más importante de todo el siglo xx, trata en realidad sobre el devenir histórico de un pueblo, narrado a través de los ojos de un niño que aún no había cumplido los seis años aquel fatídico atardecer del 23 de agosto de 1971, cuando apareció la primera de una innumerable serie de caras que terminaron poniendo a Bélmez en los mapas de la modernidad de la manera más estrambótica e inesperada.
La novela, contada en primera persona, va desgranando la peculiar visión del niño de la casa de enfrente —alter ego del propio autor—, quien se creía invisible mientras husmeaba entre los visitantes —conocidos o anónimos— que frecuentaban la casa de las apariciones. A través de este testimonio, casi autobiográfico, se termina por vislumbrar la epopeya de un pueblo perdido en la recóndita Sierra Mágina, en la que la inusitada clarividencia e ingenua sinceridad de un niño lo envuelve todo: a María Gómez, con su mirada capaz de desnudarte con el pensamiento; al loco romántico de Germán de Argumosa y sus chaquetas imposibles; al cura Molina y sus contradicciones; al profesor Hans Bender con su traje azul hielo y su larga melena plateada; al padre Pilón, como el padre Karras de El Exorcista, solo ante la misma boca del infierno… A las mismas caras que, cerca de cincuenta años después nos miran, desde su gesto inquietante y, si nos callamos, parecen estar hablándonos a través del viejo magnetófono Nagra de cinta abierta, que Germán de Argumosa ha colocado en el fogón de la casa una noche más, pidiéndonos una explicación que dé un sentido lógico a todo esto; si es que la hay. La novela es, además, tan singular en su estructura como lo fue el fenómeno y como lo son las visiones de un niño en un contexto tan inusual para su edad.
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