Giancarlo Pontiggia coge de la mano al lector desde los primeros versos. Es un lector «benigno y perdido», el que es evocado e invocado: un lector capaz de devoción, de ardor, de extravío. El autor se dirige a él con una voz arcana y apacible, dulce y afilada, proponiéndole un itinerario de conocimiento que avanza a través de líricas exaltaciones y sosegadas reflexiones elegíacas. Este poeta, el más griego de los que escriben en italiano, el más nutrido de cultura clásica, habla de sí, pero como hablaban de sí Alceo o Virgilio. Habla de su infancia, entre visiones encerradas en su secreto como un caracol en una antigua piedra, y de su adolescencia «severa» entre los Manuscritos del cuarenta y cuatro, con el sueño de una India «inmóvil y bermeja». Y nos habla de su amor a Grecia, a las Cícladas, a su luz donde, al bajar del transbordador, las sandalias se vuelven oro y el café un fuego negro.
Giancarlo Pontiggia nació en Seregno(Milán) en 1952. De 1977 a 1981 fue redactor de la revista de poesía «Niebo» y en colaboración con Enzo di Mauro preparó en 1978 la antología La parola innamorata. Poeti nuovi. (Feltrinelli, Milán). En la actualidad es redactor de algunas revistas, como «Poesia», «Poesia e spiritualitá», «Ali», «Capoverso» y es crítico literario del periódico nacional «L’Awenire». Dirige, con Paolo Lagazzi, la colección de poesía «Fabula» y la de ensayos «I volti di Hermes» de la editorial Moretti § Vitale. Ha publicado dos libros de poemas: Con parole remote (Guanda, Milán, 1998, Premio Internacional Eugenio Montale 1998) y Bosco del tempo(Guanda, 2005, Premio Metauro 2006, Premio Dessi 2006 y Premio Camaiore 2006), dos ensayos: Contro il Romanticismo. Esercizi di resistenza e di passione (Medusa, 2002) y Selve letterarie(Moretti & Vitali, 2006, Premio Luzi 2008). Es autor también de la antología II miele del silenzio. Antología della giovane poesia(Interlinea, 2009) y del texto teatral Stazioni(Nuova Editrice Magenta, 2010). Ha traducido a escritores franceses (Sade, Céline, Mallarmé, Valéry, Supervielle, Bonnefoy) y de la antigüedad clásica (Píndaro, Salustio, Rutilio Namaciano). Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, español, portugués y griego. Ha editado, junto con Paolo Lagazzi, Tutte le poesie de Maria Luisa Spaziani («I Meridiani», Mondadori, Milán, 2012). Vive en Milán donde enseña literatura italiana y latina en un instituto de bachillerato.
Giancarlo Pontiggia coge de la mano al lector desde los primeros versos. Es un lector «benigno y perdido», el que es evocado e invocado: un lector capaz de devoción, de ardor, de extravío. El autor se dirige a él con una voz arcana y apacible, dulce y afilada, proponiéndole un itinerario de conocimiento que avanza a través de líricas exaltaciones y sosegadas reflexiones elegiacas. Este poeta, el más griego de los que escriben en italiano, el más nutrido de cultura clásica, habla de sí, pero como hablaban de sí Alceo o Virgilio. Habla de su infancia, entre visiones encerradas en su secreto como un caracol en una antigua piedra, y de su adolescencia «severa» entre los Manuscritos del Cuarenta y cuatro, con el sueño de una India «inmóvil y bermeja». Y nos habla de su amor a Grecia, a las Cicladas, a su luz donde, al bajar del transbordador, las sandalias se vuelven oro y el café un fuego negro.
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