Bella Clara Ventura, colombo-mexicana-israelí, nació en Bogotá y estudió en París. Ha cosechado grandes éxitos como directora, guionista y productora de cine. Hace treinta años se dedica de lleno a la literatura. Desde Almamocha (Editorial Oveja Negra), ha publicado doce novelas, veintidós poemarios y ha colaborado en varias antologías y libros de cuentos. Ha sido traducida a diversos idiomas e invitada a innumerables encuentros literarios por el mundo. Ha recibido premios en diferentes países y un doctorado honoris causa en EE. UU. en 2010. La Universidad Santo Tomás la ha considerado una de las cincuenta personas más importantes de la cultura colombiana. Actualmente reside en Israel. Su camino literario no cesa —nominación al premio VersAsís de Chile, Premio Internacional Sial Pigmalión de Poesía 2019, Premio de Poesía World Congress of Poets 2019, Bhubaneswar, Odisha, India—, se dice habitada por las musas y se declara enamorada de la paz como misión de vida.
Bella Clara Ventura ha creado en El milagro de la palabra un cosmos habitado en cada poema, como una casa donde gravitan las palabras. Hay bisagras, aldabas y mapas, ocultos al reverso de cada línea o bajo ciertos intervalos.
Pródiga y sabia, nos indica los muelles y praderas del lenguaje. Así, de página a página, sentimos la fulguración, palabra que elige Bella para definir su alma. Cada poema es rayuela y ventana y horizonte de deslumbramientos.
Una mujer deseosa de aprender de revés, niña que mira el mundo a través de las hojas. Y ahí aparece una de las filosofías fundamentales de la obra, la de la niña interior que sale y sabe abrir la puerta para ir a jugar, como en el estribillo de la infancia. Una niña dolida, suspendida en una butaca y en su silencio, se encuentra a sí misma en las esencias de la alegría, aprendida en los aromas de la abuela y en el juego, bien serio, de vislumbrar el poema.
Esta hija, por ventura bienaventurada, también abuela, madre y hermana, viaja por los milenios de las mujeres ancestrales, como bella por su casa, también clara y milenaria. Así la vemos siempre, la viajera, la que canta y visiona cielos morados en sus paisajes pintados como espejismos de astros.
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