El trabajo que hoy tienen en sus manos, indiscutible y profunda obra de investigación sobre la vida y la obra del escritor extremeño, aclara con la meticulosidad y sapiencia de un hombre honrado, muchos de los tabúes y críticas desafortunadas que ha sufrido el autor, no sólo durante su corta vida literaria y hasta su suicidio en 1916 (que en algunos momentos fue implacable y claramente dirigido por estamentos religiosos o sociales cavernícolas), sino que, después de su muerte, siguió siendo víctima del rechazo de una parte de la España intolerable, casposa y ensotanada, que no supo —o no quiso ver— más allá de la mera superficialidad de los argumentos en los que se basaban algunas de las novelas llamadas por ellos, falsamente, eróticas e, incluso, pornográficas.
Martín Muelas Herraiz, Catedrático de Didáctica de la Lengua y la Literatura en la Facultad de Educación de Cuenca (UCLM), de la que es Decano. Obtuvo el Doctorado en la UAM con un estudio de la obra de Felipe Trigo. Dirige el Proyecto Didáctico, Leer y entender la poesía en sus 14 ediciones, del que han aparecido 10 volúmenes, con estudios sobre la obra de los principales poetas españoles contemporáneos. Ha publicado, entre otros, los siguientes títulos: La poesía de Diego Jesús Jiménez (2007); El habla en las tierras de Moya (2009); Fugacidad inmóvil en Priego (2010); Antonio Gamoneda (2010); ha participado igualmente en numerosas obras de conjunto: Don Quijote en el aula. La aventura pedagógica (2006); Actas del 45 aniversario de la licenciatura de Filología de la Universidad de Sofía (2008) y En la fugacidad de un tiempo esquivo (2009).
El trabajo que hoy tienen en sus manos, indiscutible y profunda obra de investigación sobre la vida y la obra del escritor extremeño, aclara con la meticulosidad y sapiencia de un hombre honrado, muchos de los tabúes y críticas desafortunadas que ha sufrido el autor, no sólo durante su corta vida literaria y hasta su suicidio en 1916 (que en algunos momentos fue implacable y claramente dirigido por estamentos religiosos o sociales cavernícolas), sino que, después de su muerte, siguió siendo víctima del rechazo de una parte de la España intolerable, casposa y ensotanada, que no supo —o no quiso ver— más allá de la mera superficialidad de los argumentos en los que se basaban algunas de las novelas llamadas por ellos, falsamente, eróticas e, incluso, pornográficas.
Trigo, buen médico como acreditan los numerosos testimonios que muchos años después de su muerte quedaban en los pueblos donde ejerció su magisterio, comenzó su lucha sin cuartel contra la limpieza física y moral de las mujeres extremeñas y, más tarde, de todas las mujeres del mundo a través de sus novelas. Una de sus más firmes ideas en este sentido, repetidas una y otra vez en sus consultas como en sus obras literarias, era el de que las mujeres alcanzarían su libertad individual cuando fueran dueñas de su sexualidad. ¿Nos suena a algo esta clarísima transgresión en los tiempos actuales de completa permisibilidad sexual? ¿Podríamos decir, a la fecha de hoy y con una sociedad como la que estamos viviendo, que Trigo fue un visionario con un gran sentido de futuro? Preguntémoselo a nuestras mujeres, o a nuestras hijas y tendremos rápidamente la respuesta deseada.
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