«Yo, Concha de Marco, nací en Soria el 23 de mayo de 1916 y allí estuve hasta 1922. El resto de mi niñez y parte de mi adolescencia son ampurdanesas; viví en Figueras ocho años, donde hice parte del bachillerato. Desde 1929 vivo en Madrid. Me licencié aquí en Ciencias Naturales cuando estalló la guerra. No salí de Madrid en los tres años; mi labor consistió en recoger e instalar niños evacuados. En julio de 1937 me casé con [el escritor y crítico de arte] Juan Antonio Gaya Nuño, aprovechando el permiso de un mes que le fue concedido por [haber sido] herido en el Frente. No nos reuniríamos hasta 1943, cuando salió de la cárcel. Entretanto me gané la vida dando clases particulares y enfermé de tuberculosis. En 1944 se me diagnosticó una lesión vertebral por la que hube de sufrir dos operaciones y me tuvo en cama durante cuatro años. Al año de casada se me malogró un hijo; no tengo ninguno.
Respecto a mi labor intelectual, fui olvidando las ciencias y ayudé a mi marido en su trabajo. He traducido [del inglés y del francés] muchos libros de historia del arte; publiqué algún ensayo y unos cuentos. Durante un curso fuimos profesores visitantes de la Universidad de Puerto Rico. Hemos viajado por gran parte de Europa, Méjico y Estados Unidos. En 1966 se publicó mi primer libro de poesías. He visto muchos museos, mucha pintura antigua y moderna, pero lo que más me gusta es la poesía, la música y la soledad. Tengo por norma no acudir a ningún concurso. Jamás he tenido cargos, ayudas o sueldos oficiales. Al igual que mi marido, ni siquiera me permitieron opositar a cátedra. Sólo vivimos de nuestro trabajo. El resto de mi biografía está en mis libros: todo es vivido, nada es inventado».
La escritora Concha de Marco (Soria, 1916 – Madrid, 1989) publicó ensayos, traducciones y algunos cuentos, pero finalmente se decantaría por el género de la poesía; dio a la imprenta siete poemarios, entre los que destacan Acta de identificación o Congreso en Maldoror. Le tocó sobrevivir en una etapa difícil y convulsa, pero tras la muerte de su marido —el también escritor soriano y crítico de arte Juan Antonio Gaya Nuño— no volvió a escribir y sus últimos libros cayeron en el olvido incluso para ella.
Entre sus postrimerías literarias tres poemarios cerrados quedaron inéditos. Desde la tristeza y la frustración escuchamos en Celda de castigo (1974) el lamento de una mujer, prisionera en su propia existencia; pero no todo está perdido. El Urbión (1976), su penúltimo libro, recoge líricamente un paseo por recuerdos y vivencias; la evocación histórica de su tierra natal, sus paisajes y sus pueblos, que se proyectan a la vez en sentimientos de alma errante que a pesar de todo se identifica con sus raíces y en ellas busca refugio. Su poemario final titulado Cantos del compañero muerto (1977) será una elegía a su marido —fallecido en 1976— que junto a versos oscuros y pesimistas denuncia además aquellos «días del desprecio» que ambos desgraciadamente padecieron durante la posguerra. Tres libros de senectud que al fin y al cabo representan ese necesario retorno a los rincones más íntimos antes de la despedida definitiva.
Hilario Jiménez Gómez
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