Hoy día, toda ciudad quiere tener su maratón y hacer de ella una fiesta deportiva. Se le ha perdido totalmente el respeto a una prueba que se debería respetar mucho más de lo que estamos viviendo a diario. Si uno no acaba la mítica prueba que realiza su ciudad, parece que no es nadie en su parque, en su trabajo o en su mundo virtual.
Este relato cuenta las aventuras y desventuras de alguien que pasó de la cordura a la locura. O quizá sea todo lo contrario.
Fabián Roncero Domínguez nació en Madrid el 19 de octubre de 1970. Atleta especialista en pruebas de fondo, conocido como el africano de Canillejas, en su carrera deportiva llegó a conseguir ocho récords de España, cinco de Iberoamérica y tres de Europa en distancias comprendidas entre los 10.000 metros y la maratón, entre 1998 y 2001, muchos de los cuales siguen en vigor.
Junto al equipo español de maratón, fue galardonado con el premio Príncipe de Asturias de los Deportes en el año 1997.
En la actualidad es entrenador de atletismo y, en sus ratos libres, escribe, entre otras cosas, poesía. En The runner man reúne su experiencia profesional, su capacidad de comunicación y un gran sentido del humor, en una obra sin duda esclarecedora para el aficionado a correr y, en todo caso, muy entretenida para el que prefiera quedarse leyendo.
En el año 1970 se celebró por primera vez la Maratón de Nueva York. En la línea de salida de la mítica prueba, 127 «locos», de los que solo 55 lograron acabarla. Desde entonces hasta la actualidad, mucho ha cambiado el mundo en el que habitamos, tanto, que lo que se conocía como correr por los parques pasó a denominarse jogging o footing —no sé si fue antes el huevo o la gallina—, y el jogging y el footing, con el paso del tiempo, pasaron a denominarse running. Vamos, que a cualquier alma a la que hace cuarenta años le hubiesen dicho que correr era lo mismo que hacer running, pensaría que el que se lo decía se acababa de caer de un árbol…
Más cerca ya de nuestros días, en el año 2013, 55.266 «cuerdos» pudieron saborear la gloria a su llegada a la meta situada en el Central Park de la Gran Manzana.
Hoy día, toda ciudad quiere tener su maratón y hacer de ella una fiesta deportiva. Se le ha perdido totalmente el respeto a una prueba que se debería respetar mucho más de lo que estamos viviendo a diario. Si uno no acaba la mítica prueba que realiza su ciudad, parece que no es nadie en su parque, en su trabajo o en su mundo virtual.
Este relato cuenta las aventuras y desventuras de alguien que pasó de la cordura a la locura. O quizá sea todo lo contrario.
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