El prolífico y, a la vez, polémico autor Antonio Aradillas, periodista, escritor y sacerdote, ha dedicado ya al bendito papa Francisco varias obras, y Francisco, el papa reformador, completa, por ahora, su preocupación por el tema, que habrá de proseguir con seguridad, dada la excepcional importancia que en la historia de la Iglesia significa ya, y significará aún más, este papa «llegado de allende los mares», para los romanos y para no pocos católicos.
Antonio Aradillas, la «vida y milagros» de Antonio Aradillas, escritor, sacerdote y periodista, se concentra en libros tan polémicos y de temática tan diversa, como Proceso a los Tribunales Eclesiásticos, Matrimonio rotos, Mujer creciente ¿pareja menguante?, Los otros malos tratos, Autobiografía del Papa Francisco, No a la Iglesia del AMÉN, Proceso a la Justicia Española, La Iglesia, último bastión del machismo y así hasta rondar ya el centenar de títulos. No le fueron ajenos los relacionados con el turismo. Monasterios con hospederías, Viajes por la España Judía, Las rutas del Legado Andalusí, La Ruta de la Plata, Vírgenes con leyendas, Cristos de Madrid… son otros tantos testimonios y ejemplos.
Atento observador de la historia y de la actualidad, y siempre en la atalaya del presente y de lo porvenir, le presta su atención a cuanto es, significa y significarán los personajes que Miguel de Cervantes hizo que pastoreara don Quijote en su libro inmortal, cuyas rutas cuentan con merecimientos humanos y divinos para que la UNESCO las declare «Patrimonio de la Humanidad».
«Francisco, el papa reformador» —«reparador», «restaurador»— encaja a la perfección entre los títulos que lo distinguen, y lo distinguirán, en la historia eclesiástica. Con el convencimiento y aceptación consiguiente de que toda reforma, si pretende serlo de verdad, ha de ser martirial, invita a «alabar al Señor» comprobar que el nuevo Francisco se halla en plenitud de deseos e intenciones de afrontar tan sacrosanta tarea con seguridad, con fe, con misericordia, audacia y capacidad de perdón, sin cejar en su empeño, pese a las dificultades que surjan aún en los estamentos, teóricamente al menos, celadores oficiales de conservar y alentar la puridad y vigencia del evangelio como motivo principal, y fin y destino de la Iglesia.
Son tantas, tan desproporcionadas y hasta poco o nada lógicas y racionales las reacciones que se registran y manifiestan en los sectores aludidos, en las cumbres, sobre todo curiales, que a no pocos cristianos de a pie, a la vista y comprobación de toda clase de documentos y de testimonios, les da la impresión de que el papa habrá de acelerar aún más el ritmo de la reforma de la Iglesia con mayor, más honda y extensa prontitud y presura. Y es que hay cuestiones muy importantes que a grito limpio demandan reforma-refundación en la Iglesia, si se pretende que deje de ser «cueva de ladrones» y sea de verdad testimonio de Cristo y respuesta de salvación y de vida para propios y extraños, tal y como interpreta, vive y evangeliza el papa Francisco.
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