Salomé Ortega Martíneznació en Campo Cámara (Granada). Aunque se trasladó a Madrid siendo niña.
Ha publicado nueve libros de poesía y narrativa: Los siete velos, Granada abriéndose, La sabia insinuación de las cosas, déjame ser tu derrotada estrella, perdí las estrellas, la alfombra de la palmera y la media luna, el frio que me vela, el silencio de la luz. Sus libros han sido prologados y presentados por Luis Landero, Luís E. Aute, Antonio Colinas, José Antonio marina, Rafael Guillén, Luís García Montero, Miguel Delibes, Javier Lostalé, M. L. Azorín, Manolo Rico, Andrés Sorel… La novela «déjame ser tu derrotada estrella», está acompañada por un CD. Con lecturas: Luís. E. Aute, Amancio Prada, Lolo Rico…
Premiada en el Certamen Internacional —Encarna León— de la Ciudad de Melilla por su libro la alfombra de la palmera y la media luna. La eternidad de las rosas es la nueva obra de Salomé Ortega.
Dividido en seis apartados, Salomé Ortega dirige la emoción de su cántico hacia una belleza unitaria y, a su vez, estremecida. El dominio de las emociones, la búsqueda incesante de la libertad, el amor por la Naturaleza que gira en derredor de su acontecer, la aceptación empírica del dolor…, se tornan protagonistas temáticos de estas páginas. La contemplación de escenarios evocadores propicia instantes de común fidelidad frente al hecho mismo de la creación. Los textos se suceden como alegoría de lo amado y de lo ausente.
La autora acerca sus versos hasta la orilla del tiempo, y se deja arrastrar por una corriente límpida que la conduce hasta el melancólico ayer, pero sin perder de vista el horizonte del mañana. Sus ojos se detienen en la distancia que brota de los campos, de las lluvias, de las estaciones, de las nieblas, de los ríos, de las huellas que fueran contemplación pretérita, que son meditación futura. Y al hilo de su existencia, persigue la piel de los enigmas, la esencia que cifra la tristura, el misterio de la dicha.
Muchas de estas historias vienen sostenidas, además, por el compromiso con los espacios comunes por donde el ser humano transita. Porque Salomé Ortega sabe —como ya advirtiera García Lorca—, que la poesía no admite la indiferencia. De ahí, que sus textos lleguen despojados de vacuos oropeles y se descubran renacidos frente a la perpetua tentación de lo perdurable.
La eternidad de las rosas revela, en suma, la consumación progresiva del amor y la desolada consciencia de la muerte. Y desde ambas esquinas puede adivinarse una ecuación homogénea, una ínsita lumbre donde se reflejan los sombríos y dorados espejos del vivir.
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