Luciano García Lorenzo ha sido profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y profesor en las Universidades de Montreal y Complutense de Madrid. Profesor invitado en diversas universidades de Europa y América. Tinker Visiting Professor de la Universidad de Chicago. Miembro de la Comisión científica y de la Junta de Gobierno del CSIC. Representante de España en el Comité de Humanidades de la European Science Foundation. Asesor literario de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y director del Festival de Almagro. Ha sido director de Anales Cervantinos y fundador y director de Cuadernos de Teatro Clásico. Ha editado textos de diferentes autores, desde Cervantes a Claudio Rodríguez. Es autor o coordinador de más de treinta monografías, dedicadas especialmente al teatro clásico español. Ha publicado cuatro libros de poesía: Día a día, Cenizas y diamantes, Verde oscuro y Cuaderno de derrota. Es autor también de un libro de relatos, Cuaderno de las cosas, y de un texto teatral, Periferia, publicado en Sial Pigmalión.
Adiferencia de los títulos anteriores, en esta nueva colección Luciano García Lorenzo manifiesta una mayor resistencia al vencimiento del tiempo: no se detiene en la derrota. Quizá sea este el signo distintivo de La piel dulce, título que nos remite a un diagnóstico y a un balance. Esta resistencia contra y frente a la derrota es, desde mi punto de vista, el motivo distintivo que atraviesa las tres partes —tan aparentemente diversas— del libro, desde «Cara y cruz» hasta «Virus». Precisamente el hermoso colofón, «Mañana de domingo», es una especie de retrospectivo existente donde el poeta se retrotrae a los orígenes, a una imagen de sus progenitores, para afirmar que en el tiempo del amor se detienen las dudas y en él se vislumbra la única certeza. Este es el balance final de La piel dulce.
El último libro de Luciano García es un canto de deseada inocencia, a pesar de la experiencia. La experiencia de lo lustral pervive a través del tiempo: «Sentir la vida sin bordes y alentar la quietud». La pugna entre experiencia e inocencia permite que convivan desde un diálogo con la conciencia amorosa del protagonista hasta la reflexión moral en torno a la España vaciada, que nos envía a los orígenes de su tierra zamorana en poemas memorables como «Ciudad dormida», «Tierra de nadie», «Parque temático» o «Carretera asfaltada». Inocencia y experiencia, pasado y presente, se retrotraen en La piel dulce como cara y cruz de una misma moneda.
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