Como a mí y, tal vez a ti, amable lector, José María Triper reconoce que le cuesta salir cada día al escenario sabiendo que no existe. Que sólo es la ficción de una vida imaginada. Tal vez por esto, Luz de gas huele a estupor, a ajuste de cuentas y tenaz desgarro. Poeta de claridades, Triper se muestra incapaz de resolver nada, pero capaz de atrapar lo esencial. De dar sentido, sin proponérselo, a lo que parecería que no lo tiene. Nunca sabes bien si está dolorido, indignado o indiferente. Sólo una cosa queda clara: el grito sincero, muy sincero, de quien aguarda el milagro. Lo mejor de Luz de gas está en las cosas que dice y en las que no dice, escritas con palabras siempre insufi cientes, en las paredes del silencio; en la sangre que corre por sus versos y salta a borbotones.
José María Triper, madrileño, es periodista y poeta. Licenciado en Ciencias de la Información. Ha sido Redactor Jefe del diario El Economista y director de Comunicación de CESCE. Es columnista de El Economista, Diario Abierto y Moneda Única, asesor editorial de Gestión Press y colaborador en Click Radio y Click TV e IMEX. En su trayectoria profesional ha pasado por puestos de responsabilidad en Información de Alicante, Cinco Días Moneda Única, El Economista y Segittur, además de firmar como colaborador habitual de Expansión y El País Negocios.
Premio Internacional de Literatura Gustavo Adolfo Bécquer (2014), Premio Internacional de Poesía José Zorrilla (2014) y Premio Sial Pigmalión de Poesía (2016).
Por sus trabajos periodísticos ha obtenido los premios del Club de la Energía (1990), de la Federación de Industrias del Calzado (1990), de la Cámara de Comercio e Industria de Madrid (1997) y del Club de Exportadores e Inversores Españoles (2003. En diciembre de 2018 ha sido condecorado con la Insignia Congreso y el Senado a Periodistas de la Transición, coincidiendo con el XL Aniversario de la Constitución Española.
Una vez más, el mundo duerme, mientras el poeta vela. José María Triper es uno de esos escritores de mirada limpia que quita la venda de los ojos. De encuentro y desencuentro con todas las cosas y pensares; capaz de bordear el abismo. Alguien en quien se entrelazan la lucidez y la belleza del barruntar más hondo. Capaz de llevarnos lejos de lo fugaz, de lo frágil que nos rodea y poner en pie la vida entera, día tras día, con sus amaneceres y ocasos; con su imparable baile de máscaras, como bien queda reflejado en este Sonetoexistencial que el poeta se dedica a sí mismo:
Sólo soy el protagonista involuntario de una comedia intrascendente de segunda que agoniza. El telonero necesario de un absurdo baile de máscaras diario. El último monólogo que palidece en la penumbra mientras el regidor apaga las luces del teatro.
Como a mí y, tal vez a ti, amable lector, José María Triper reconoce que le cuesta salir cada día al escenario sabiendo que no existe. Que sólo es la ficción de una vida imaginada. Tal vez por esto, Luz de gas huele a estupor, a ajuste de cuentas y tenaz desgarro. Poeta de claridades, Triper se muestra incapaz de resolver nada, pero capaz de atrapar lo esencial. De dar sentido, sin proponérselo, a lo que parecería que no lo tiene. Nunca sabes bien si está dolorido, indignado o indiferente. Sólo una cosa queda clara: el grito sincero, muy sincero, de quien aguarda el milagro. Lo mejor de Luz de gas está en las cosas que dice y en las que no dice, escritas con palabras siempre insuficientes, en las paredes del silencio; en la sangre que corre por sus versos y salta a borbotones.
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